Hace mucho que no escribo en el blog; me he limitado en escribir notas sueltas y ha terminar las hojas de aquella libreta negra. Hay algo que he descubierto desde hace unos 8 meses atrás y es que poseo algo que facilita la escritura, esto es una pluma negra, pequeña, simbólica, con recuerdos incluidos y con un nombre alemán raro que data del siglo XIX.
Esta no es la crónica de la pluma, he escrito muchas crónicas y notas con ella que no publicaré por obvios motivos personales, pero lo que si contaré es la historia escrita hace unos días atrás en aquella capital española atiborrada de gente de todas partes del mundo e infernalmente insoportable en verano, allí donde en los metros encuentras la esencia y caos de las capitales, ¡bienvenidos a Madrid señores!
Es viernes, el camino se ha tornado divertido por Vicente, cumple 55 años en una semana y posee la gracia de alguien que ha entendido que la vida son momentos extraños y hay que disfrutarlos con una sonrisa y con bromas (aunque sean bromas tontas). Comparto el auto (o como en España se le suele decir, "coche") con un chico de Bulgaria (Niko), una chica de Francia (Camile) y una española (Paqui), Vicente es el digno conductor que nos lleva hacia la capital de los bocatas de calamares y el cocido. Existe esta interesante manera de compartir el auto llamada Blablacar y por cosas del destino lo comparto con estas personas. Vicente y Paqui, no hacen más que preguntarme por Perú, su comida, su política, sus costumbres… yo, embajador de mi tierra, no hago más que contestar con cierta candidez crítica, típico de un peruano atípico. Muchos me preguntan si extraño aquel pedazo de tierra que deje hace ya casi un año, cada vez que me lo preguntan suelo pensarlo y no responder con rápidos monosílabos, francamente me es indiferente la añoranza a veces.
Mi parada o mejor dicho la parada en la que Vicente nos deja es aquella conocida estación de Atocha. Antes de bajar del auto Vicente me dice: -me has caído muy bien chaval, envíame un mensaje para guardar tu numero y conversamos- yo respondo con precavida admiración, -si claro, lo haré- quizá haya sido la conversación sobre Vargas Llosa, el saber de algunos platos de la Mancha, quizás algunos versos memorizados de Ruben Dario, fraces de Seneca o saber de la coyuntura política de España lo que le llamo la atención a Vicente y Paqui... que al final los dos se despidieron amablemente (por cierto Vicente y Paqui son Valencianos y se iban de viaje a Portugal a visitar a unos amigos y practicar el idioma)
De Atocha debo ir a Chamartí, ir al consulado Guineano, presentar papeles y sacar un visado que me permita ingresar al continente Africano sin problemas, ese ha sido el objetivo del viaje -mera burocracia pienso-, aunque realmente el fin puede cambiar o mejor dicho el fin se puede convertir en un medio, del cual se disfrute más que el simple hecho de concebir el fin de las cosas como absolutas, en fin... uno nunca sabe lo que te deparan los viajes...
Después de pulular por lineas de metro, hacer uno que otro cambio de líneas, llego a Chamartí, ahora buscar la bendita dirección de la embajada. Para mi buena suerte (antes pensaba que era mala suerte, pero luego entenderán el porqué de mi optimismo) pierdo tiempo dando vueltas, preguntando por la dirección y caminando. Luego de casi treinta minutos pude dar con la calle correcta, me tropiezo con un par de personas que dan fe de ello y justamente la segunda persona a la que pregunto con amabilidad latina, me responde que efectivamente es la calle indicada y voy en buena dirección. Este caballero de hidalga figura me pregunta qué es lo que estoy buscando puntualmente, mi respuesta: la Embajada de Guinea Bissau. Él solo hace un gesto que no logré entender pero luego me dice espontáneamente –te estuve esperando, soy el embajador- mi admiración me dura unos segundos, los suficientes para estrechar rápidamente mi mano y presentarme.
La embajada es una casa pequeña blanca con rejas negras, sin mucha pomposidad tanto en el exterior como en el interior, diría más bien sobria, mesurada; no hay ninguna secretaria o secretario que atienda o que este en recepción, ni mucho menos escoltas o seguridad, somos dos en aquel recinto lleno de cuadros y libros. El embajador y yo. Después de casi media hora de conversación salimos a tomar un café (como si fuéramos viejos amigos). De hecho el ilustre caballero me dobla más que la simple edad. Nuestra conversa gira entorno al colonialismo, África y su independencia a través de Amilcar, la política en Perú y Uruguay –pues el Cónsul es de aquella tierra bañada por el Atlántico. Después de unos buenos minutos de cháchara, me despido del cortés diplomático, masticando ideas, muchas ideas… y con una sonrisa en la cara, quizá por que es la primera vez en mi vida mundana vida que converso con un Cónsul como si se tratara de aquel amigo que no he visto en mucho tiempo.
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Madrid 16 de agosto, 2013
España