A veces llegaba Marie y el despertar era una mezcla de blues &
twist, ella abría las ventanas y él se vestía bailando mientras el sol entraba
a la habitación y ella se iba a la cocina a preparar una limonada fronzen para
que se le pase la resaca.
El Volkswagen los esperaba abajo con ganas de salir a ganar la carretera
hasta una de esas playas en donde no había nadie más que ellos dos y un par de
latas de cervezas, You shock me all night long sonaba en Doble
9. Mientras él jugaba con su cabello ambarino, se besaban bajo un aullido de
gaviotas y sol que se escondía entre la neblina del otoño. A veces llegaba
Marie y hacíamos el amor toda la mañana (Es
cierto que haremos el amor y lo haremos como me gusta a mí: todo un día de
persianas cerradas hasta que tu cuerpo reemplace al sol.) o mirábamos pelas en DVD, una de Atom Egoyan,
quizás una de Agnès Varda, quizás mirábamos videoclips de grupos de rock
unplugged como estaba de moda, Cobain acariciaba con tristeza su guitarra poco
antes de suicidarse, y yo sacaba mi vieja Falcon y lo imitaba y luego de
bañarnos nos íbamos caminando a almorzar un ceviche con inca cola y cerveza
cusqueña, unos choritos a la chalaca para la mala noche, regresábamos contentos
y pedíamos medio litro de helado en el parque donde las niñas se escapaban del
colegio y doblaban sus faldas a cuadritos sobre el césped y algunos niños se
escapaban de la vigilancia de sus nanas para espiarlas y para perderse un rato
y yo sacaba una novela de mi bolso y leía en voz alta cuantos cortos, algunos
poemas, pequeñas citas. Cuando eran días así el cabello de Marie se adormecía
en mi pecho y el amor estaba allá arriba, todo el tiempo el amor dando vueltas
allá arriba.
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Franco Salcedo del Rio
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