martes, 7 de febrero de 2012

Tambo de Mora


El terremoto no ha cambiado nada en este lugar. El taxista me deja en la calle principal; a la izquierda el muelle, a la derecha la plaza. En Tambo de Mora, pequeño pueblito de pescadores chinchanos la vida trascurre lentamente, con esa resignación, a veces asociada a la sabiduría, otras, al conformismo. Aun las calles estan llenas de carpas, a manera de extensiones de las casas de adobe ahora inhabitables. Para caminar hay que atravesar parte de la intimidad de estas familias que siguen viviendo bajo el techo de lona con el logo de la comunidad europea o la cruz roja internacional.

Ya pasó de moda, me dice un amigo fotógrafo que se enorgullece de haber estado aquí la noche misma de la tragedia,  con los presos sueltos del penal deambulando por la zona. Ya no es noticia.

Me dirijo hacia la izquierda, el muelle de Cruz Verde se extiende junto a las destartaladas fábricas de harina de pescado. Varios pescadores lanzan su atarrrayas una y otra vez a la captura de la lisa. Me llama más la atención un anciano tuerto que pesca con un sedal ligero y un plomo pequeño. Sólo saca mojarrillas y pejerreyes. Son para mi hija - me dice, a ella le gustan comerlos fritos con pan.Le acompaño en silencio mientras saco algunas fotografías. El mar y su inmensidad me abruma de tal manera que me siento especialmente en paz, relajado, sin ganas de hablar mucho. De vez en cuando  alguna familia llega en su paseo dominical. Una niña mira a los peces agonizantes en el piso con pena, casi llanto, casi disfuerzo. Otro más allá con curiosidad, hincándole la panza para que se mueva más. Para  los pescadores estas sutilezas no llegan si quiera a la anécdota, la pesca artesanal es una actividad económica que vende poco, que origina disputas, que pone de mal humor.

El anciano se llama Pedro Almeyda, es vendedor ambulante en la plaza de armas de Chincha de lunes a sábado, me invita un cigarrillo que compartimos sin hablar mucho. Cuando le tomo fotos me pregunto si me pedirá dinero como los campesinos  cusqueños..  sonríe y me dice que cuando las revele, a ver si le muestro como sale, porque todavía puede ver a pesar de contar con un solo ojo. Dentro de un rato llega a la docena, empaca sus cosas y se marcha con su paso cansino, en medio de los otros pescadores que discuten sobre la repartición de los poco que han capturado toda la tarde.

El sol está cayendo y tomo las últimas fotos que necesito, y este muelle de mi infancia sigue dándome esperanza y paz, seguramente el mundo sigue girando descontroladamente, pero por una tarde el mar y yo somos como ese verso de Martín Adán: Un alma que tuvimos.  


Chincha, 2009



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Franco Salcedo del Río
Extractos un verano en Chincha

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